Kiko Rivera


No es profesional de nada, no se caracteriza por su cultura amplia ni su verbo es ágil o interesante; su físico está en consonancia con el resto de su vida, dedicada a ser hijo de Dª Isabel, la cantaora. Desde pequeño se conoció su afición al «dolce far niente» y recauda sustanciosas cantidades de vender su vida privada en exclusiva a la prensa amarilla. Ahora se querella por haber visto vulnerada la intimidad de su pequeño, con quien tampoco tuvo reparos en comerciar mientras ocupaba el vientre de la señora Bueno, que está muy guapa. Dedicado en cuerpo y alma a la noche, a los excesos y a los automóviles deportivos que conduce en chándal, cobra por asistir a fiestas y saraos tanto como por pinchar discos en los locales de ambiente. Recuerdo que hace años se valoraba al artista más que a quien reproducía los vinilos en una cabina acristalada, pero el mundo empezó a girar al revés y los «DJs» se cotizan a precio de estrella musical; tampoco es que el chico sea especial, solo que tiene tirón familiar y estruja la teta lo que puede, o lo que le dejan. Por mi, que le vaya bonito, los culpables son los consumidores de programas del corazón, revistas amarillas y reality shows, que terminan por comprar el detergente anunciado en esos medios, mientras  alimentamos joyas de este calibre, que hacen buenas migas con otra admirada de este espacio, como la señorita Belén Esteban. No lo descarten, Dios los cría y ellos se juntan.

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