Archivo de 19 de marzo de 2011

Ana Pastor y Ahmadineyad

Ana Pastor fue valiente en la entrevista realizada al líder iraní y aunque asegure que la caída del pañuelo fue casual, la mayoría de los televidentes dieron escaso crédito a las afirmaciones de la periodista. Para acceder al presidente, fue obligado utilizar el “yihab” preceptivo, y debemos aún agradecer que este hombre se haya dignado dirigirse a un ser inferior, inferior al menos, en su religión, que forma parte de la propia estructura del estado. Amenazas escasamente veladas a los Estados Unidos, protestas por la injerencia europea en asuntos iraníes y diversas evasivas, fueron el contenido de una tensa conversación en la que Ahmadineyad se sintió siempre mucho más incómodo que la periodista.

Resulta que Zapatero pretende una Alianza de Civilizaciones con repúblicas islámicas en las que las mujeres son consideradas seres inferiores o que amenazan directamente con un arsenal nuclear a los Estados Unidos, por el mero hecho de ser infieles; un buen primer paso sería obligar a las periodistas musulmanas a despojarse de los hábitos que su fe les impone, o prohibir directamente el rezo diario en dirección a La Meca, propio de sus creencias. No estaría mal tampoco encargar la edificación de varios templos cristianos en Irán, para atender las necesidades religiosas de quienes no profesen la creencia mayoritaria, del mismo modo que nuestro país está cuajado de mezquitas. Otro modo de equipararnos, sería proponer la lapidación de mujeres adúlteras o la ejecución de los iraníes homosexuales que estén asentados en nuestro país, manera de acercar ambas culturas para un mejor entendimiento de los pueblos.

La triste realidad es que a nuestra vieja Europa y a Norteamérica, la libertad les ha costado siglos y miles de vidas, siendo a día de hoy, un bien irrenunciable en la mayoría de los países civilizados. No existe comparación posible con las repúblicas islámicas, dicho sea desde el respeto a cualquier tipo de confesión religiosa, y la distancia política y diplomática con ellas, ha de ser necesariamente abismal. Pero tal relación obligadamente tiene carácter bilateral y, del mismo modo que nadie en nuestro país pretende imponer la fe o al forma de vida occidental a los iraníes, no es admisible que ellos pretendan predicar e imponer su fe más allá de los límites de sus propias fronteras. Para los excesos están las fuerzas de defensa de los países occidentales.


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