En la sesión de control al gobierno, el Sr. Rubalcaba habló para la galería, o sea, arengando desde el discurso tan fácil como falaz, pero tropezó con un gallego socarrón que conservaba la sartén y lo demás por el mango, sin despeinarse apenas. Acusa a los populares de adoptar la reforma laboral sin acuerdo con los agentes sociales, sin percatarse de que el PSOE hizo lo propio con el agravante además, de que los cambios introducidos unilateralmente, sirvieron para bien poco. Por otro lado, fue el gobierno anterior el que redujo los salarios del funcionariado en un mínimo del 5% sin encomendarse a Dios ni al diablo, lo que resta autoridad moral al actual secretario de los socialistas, para reclamar un consenso que no se produjo por falta de acuerdo, pero no por la de contactos, como pretendía D. Alfredo. El Sr. Rajoy hizo de la obviedad un argumento irrebatible: Nosotros hemos venido a gobernar, y es lo que está haciendo, alejado de las improvisaciones zapateriles que sumieron a este país en un caos económico mayor que el de cualquier otro país de esa Europa de la primera velocidad en la que parecíamos jugar la champions league de la economía, en palabras de nuestro director espiritual. Mucho ha de cambiar D. Alfredo para convencer a su electorado de porqué no adoptó sus estupendas ideas y medidas cuando formaba parte del gobierno, y sobre todo, porqué critica a una administración que toma decisiones para atajar los problemas. Si son acertadas o no, es cuestión de tiempo, y la precipitación puede suponer un alto precio si las cosas salen medianamente bien.
Las dos caras de la verdad 
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