Iracundo, ofendidísimo, dolido en lo más íntimo, el presidente del PNV, Íñigo Urkullu, clamó ayer porque el Ejército está realizando maniobras en el País Vasco. «Euskadi», dijo, «quiere dejar atrás, para siempre, la violencia y el terror», pero también la «mentalidad belicista y provocadora» del Ejército. Traducción: los casi mil asesinatos de ETA y las maniobras del Ejército (con la violencia evidente de la imagen) vienen a ser lo mismo. La bajeza moral del nacionalismo aldeanista queda patente en la comparación que hace Iñigo Urkullu (lo siento pero no merece el don), tratando de establecer similitudes entre las víctimas del terrorismo, de esos que mueven el árbol en gráfica expresión de Arzallus (que tampoco se merece lo de señor) y las maniobras de un cuerpo militar de élite que después, rescata a los montañeros vascos perdidos, sean independentistas, o no, porque no se les pide la filiación política antes de sacarlos del agujero en el que están metidos, muchos de ellos moral, además de físico. Estos independentistas de pacotilla buscan defender su idiosincrasia no en el hecho de ser diferentes, sino mejores; en la defensa de prebendas que los haga sentirse por encima de los demás, despreciando la patria común que tantos antepasados suyos defendieron desde la libertad de ser distintos, pero no superiores. El PNV, que todavía sustenta las ideas de un iluminado nazi, un tal Sabino Arana (ni don ni señor), defiende la innegable superioridad física y moral del vasco, con explícito desprecio hacia los foráneos o “maquetos”. La tolerancia que el resto de españoles y de partidos políticos han tenido con los radicales encerrados bajo las siglas peneuvistas, es tan proverbial como las salidas de tono de sus líderes, que despiertan más asco que indignación entre el resto de españoles.
Las dos caras de la verdad 
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