Goya

La gala de los premios Goya va camino de convertirse en un episodio de vergüenza nacional, al mismo ritmo que pierde glamour e importancia y gana en lo que no tiene que ser: Un foro de reivindiación política por parte de una izquierda trasnochada y pseudoprogresista de smoking y Visa Platino.

En primer lugar, siempre emuló, a menor nivel, los famosos «Oscar», premios con los que hasta rima en asonante, pero con una gran diferencia de base: El cine en Estados Unidos, es una industria rentable; muchos empresarios se hundieron por el fracaso de una producción y otros obtuvieron sustanciosos beneficios; en España el cine se subvenciona por la misma administración a la que se vitupera y critica, salvo que el gobierno tenga alguna relación, al menos teórica, con la izquierda que monopoliza la cultura. Dª Pilar Bardem hace gala de su elegancia habitual, que adorna con exquisita educación calificando de hijos de puta a los periodistas que la pretendían entrevistar, por pertenecer a un medio cuya línea editoria era contraria a las ideas de tan notable actriz; otro compañero suyo pasea con el puño en alto y otros se paraban a saludar a los manifestantes allí presentes.

El cine español es malo de solmenidad en su mayoría, y además subvencionada, en numerosas ocasiones para hacer una nueva y sesgada lectura de nuestra guerra civil, en la que suelen aparecer los nacionales como asesinos fascistas y los republicanos como pobres oprimidos que sufrían en silencio las vejaciones de sus verdugos; es cierto que hubo más caídos de este último bando, pero las guerras son así, por desgracia, y suele vencer quien más cadáveres deja en el campo de batalla. Curiosamente la película más rentable, y una de las producciones más costosas de nuestro cine, fue «Torrente», algo que debería orientar a los productores sobre qué tipo de cine gusta al público. La verdadera tortura es soportar muchas veces ese tipo de películas y la estulticia de muchos de sus protagonistas que suelen confundir la profesión de actor con el ungimiento divino para autoerigirse en adalides de la libertad y de la democracia.