Archivo de 18 de julio de 2011

Alcohol, sociedad y trabajo

No hay un sólo factor que empuje al consumo de drogas y alcohol. Motivos personales, familiares, económicos y también laborales influyen en estos comportamientos de riesgo. Precisamente es en nuestro entorno laboral donde pasamos buena parte de nuestro tiempo. Y unas jornadas maratonianas o un mal ambiente pueden provocar que la adicción no quede aparcada al fichar a la entrada. La última Encuesta sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas en el Ámbito Laboral en España, elaborada por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional Sobre Drogas, apuntaba que un 12,2 por ciento de los trabajadores y un 4,9 por ciento de las trabajadoras eran bebedores de riesgo: los primeros consumen más de 30 cc al día y las segundas, 20 cc diarios. Más dramático es el consumo considerado de alto riesgo: en torno al 5 por ciento de los trabajadores consume 50 cc al día, mientras que ellas beben unos 30 cc diarios. El consumo de tranquilizantes –un 7 por ciento de los trabajadores– y somníferos –un 4 por ciento– son otros de los lastres que los empleados traen de casa.

El alcohol es una droga legal, que sirve para adquirir paraísos artificiales a bajo precio y sobrellevar el día a día de una vida con escasas esperanzas de verse mejorada, sobre todo actualmente. Por otro lado, la tensión laboral, la presión piramidal a la que nos vemos sometidos en los diferentes puestos de trabajo, lleva a buscar una salida errónea a muchas personas, aunque tampoco están exentas las amas de casa refugiadas en la bebida para sobrevivir entre las cuatro paredes en las que discurre su vida. Por otro lado, parece ser que un vaso de vino al día, resulta saludable y abre el apetito, hasta el punto de que se recomendaba en los niños mal comedores y era anunciado en televisión, hace ya bastantes años.

Recuerdo en mis años jóvenes, que la copa nos envalentonaba antes de sacar a bailar a una muchacha; con el paso de los años, disfrutar de un buen vino en la comida, era un placer con carácter excepcional y seguro, que alguien, en alguna ocasión, sufrió los secundarismos etílicos por ingerir más de la cuenta: La borrachera era la consecuencia de haber alternado demasiadas horas y bebido en exceso durante buena parte de ellas.

La filosofía actual es diferente: Mucha gente sale a obtener el efecto de la droga y no a disfrutar de un excelente caldo; el fin es la intoxicación en sí misma, la que antes era consecuencia no deseada del placer que suponía comer y beber, generalmente en agradable compañía. Muchos jóvenes de hoy en día consumen “cubalitros”, elaborados con alcoholes y refrescos de ínfima calidad, y con el único fin de obtener los efectos de la droga, a diferencia de quien selecciona un buen vino por su sabor y el placer que representa beberlo. Como siempre, se trata de dos perfiles completamente diferentes de bebedores, entre los que las distinciones son, como muchas veces, de índole cultural. Los primeros huyen de la realidad refugiándose en los efectos de una droga legal. Los segundos disfrutan de un placer milenario, no exento en ocasiones de efectos secundarios. Como señalamos hace pocos días, la gastronómica, también es una cultura y, dejándonos llevar por tendencias extranjeras, nos aproximamos cada vez más a las hamburguesas y a la comida rápida, acompañadas de cerveza, que a los potes clásicos, las carnes y pescados del país, regados con vino. El trabajo invita a reducir el tiempo dedicado a la comida, pero no obliga al mimetismo con el cine americano: Cambio hamburguesa de pollo por bocata de chorizo. Viva lo autóctono. Y con una copita de un buen vino.


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