Cataluña es a día de hoy, querámoslo o no, una parte indisoluble del territorio español y en la que,al parecer, se sanciona por rotular en el idioma de Cervantes y de algunos cientos de millones de personas. El catalán es otra curiosa lengua romance, con muchísima menos implantación, pero que posee igualmente, una literatura rica y diversa. La imposición del idioma local contra el universal, es muestra inequívoca del aldeanismo que sufren los políticos catalanes, decididos a pescar en el caladero de votos del nacionalismo trasnochado. Mientras los licenciados en el resto de España se esfuerzan en estudiar inglés o alemán, muchos ciudadanos de esta comunidad deben esforzarse para manejar correctamente un español siempre denominado castellano por tales pagos patrios. El tendero de la esquina es sancionado por rotular exclusivamente en español y D. Arturo se jacta de no cumplir las sentencias judiciales, un ejemplo de democracia a la catalana, como el bogavante, pero no tan sabroso. Los profesionales formados en esta comunidad acabarán con problemas de integración con el resto de autonomías por su escaso y pobre manejo de un idioma universal, mientras su lengua materna no los llevará más allá de Granollers. Lo avisábamos hace escasas fechas en este espacio, aunque no pensábamos que la hipérbole podría acercarse tanto a la realidad.
Las dos caras de la verdad 
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