Archivo de 23 de junio de 2011

Chulo

Cristiano Ronaldo pide veintitrés millones y medio de euros al año, lo han leído bien, para jugar en el Manchester United la próxima temporada, un sueldo de cuatro mil millones anuales de las antiguas pesetas, unos trescientos treinta y tres millones de pesetas al mes, o lo que es lo mismo, más de diez millones diarios. Cristiano Ronaldo no siente los colores, ni le importan; solo mira el balance exagerado de su cuenta corriente, y declara no estar de acuerdo con las decisiones de su entrenador. Entre las condiciones para volver al club inglés, está el ser siempre el jugador mejor pagado, es decir, no todo lo es el dinero, también resulta importante ser el que más tiene.

El jugador mediático es portugués, nacido en madeira en el seno de una familia humilde, perdiendo tal condición por su capacidad como astro de fútbol y haciendo bueno el principio pendular de la historia, pasó al lado contrario en una carrera tan meteórica como injustamente premiada.

No tengo nada contra los astros del deporte, pero sí contra la desproporción de sus ingresos multimillonarios. Un futbolista, un piloto o un profesional del tenis, generan más ingresos que todos los equipos de balonmano de la primera división española, por no referirnos al golf, o a los jugadores de la NBA estadounidense. Las elevadísimas fichas resultan vergonzosas en un planeta en el que mueren millones de personas al año por no disponer de agua potable, o cientos de miles de niños de hambre. Los ciento setenta millones de euros que el Manchester estaría dispuesto a pagar a Florentino, no comprarían la felicidad de muchas personas en desgracia, sino la vida a miles de condenados a muerte por caprichos del destino, y eso es una inmoralidad. Ya se comentó en este espacio en anteriores ocasiones, pero desde aquí y siempre, insistiremos en pedir un techo económico a las transacciones deportivas, para que ganasen con ello los equipos modestos, el deporte, y sobre todo, para poder leer cada mañana el periódico sin notar como la vergüenza le asoma a uno a la cara.


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